miércoles, 19 de noviembre de 2008

Bio

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Paseo Mágico

Mi voz le canta,
mi voz le habla.
Pronuncio el yo soy.

Suscitar la existencia. Otra vez.
Volver a labrar, volver a infundir.
Reengendrarse. Otra vez.

Al otro lado esperan y reciben
al otro lado los otros.
La compasión y el encuentro,
el amor a toda medida.
Al otro lado otros.
Otros otra vez.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Lanzamientos al cielo sin cuentas regresivas

Este es un instructivo de LANZAMIENTO. Lanzar para ingresar en otro orden. Lanzar y evocar el azar que digita los sucesos. Lanzar y unir. Cortar y pegar. Robar una respuesta, una justificación, un paralelismo. Cubos que se lanzan. Verbos, sustantivos, adjetivos. La respuesta de las caras, que el azar nos muestra, intentando crear la magia del sincronismo de los tiempos. Armar un cubo de papel, que es tambien reflejo del porvenir y de la duda. LANCEMOS los cubos al cielo, sin cuentas regresivas y escuchemos su respuesta a nuestra pregunta, a nuestra duda, a nuestro olvido.
(Uno) - Imprimí los cubos. (Recordá hacer click en la imagen para abrirla en su tamaño)

(Dos) Recortá cada cubito con sus solapas (seguis la linea de los puntitos todo alrededor).
(Tres) Doblá los cubitos en cada cara y en cada solapa. (Aca la linea de puntos tambien te ayuda).
(Cuatro) Pegás cada solapa con el lado correspondiente hasta armar el cubito (soplá fuerte para secar el pegamento y para infundirles tu Yo mismo).
(Cinco) Pensas la pregunta... la pensas bien... la escribís en tu anotador y lanzás los cubitos al cielo.
(Seis) Lees las caras de los cubitos y meditas sobre su respuesta. (Usar aca el anotador también es de bastante ayuda).
(Siete) Si si... ya se... estas son mis palabras. Pero cada uno puede crear las suyas. Tambien les dejo a los que se animen los cubitos vacíos, para que anoten sus propias palabras y creen su propio oráculo de cubitos. Recuerden poner en uno los verbos, en otro los sustantivos y en otro los adjetivos...
Sin cuentas regresivas lancemos nuestros cubitos y veamos que nos dicen desde el otro lado...

miércoles, 22 de octubre de 2008

Ruedas en el tiempo


El viaje a Mar del plata había sido como los de siempre. Largo y llano. Vacas, sol y sombras. Extrañaba el departamento del centro. Quizás allí, frente al reloj de las campanadas, hubiese podido resolver el invento mucho más rápido y con menos esfuerzos. (Me hubiera hipnotizado con el péndulo y hubiese viajado por las horas con espirales en los ojos).
Estaba obsesionada con la idea, encontrar algún rincón que sirviera de puerta a todos los tiempos. En Buenos Aires era más dificultoso. La familiaridad de los espacios superponía tantos momentos, que distinguir uno era como encontrar una gota específica en un río.
Mar del plata era ideal. Ahí había mucho, pero segmentado. Veranos tras veranos, los espacios entre los tiempos eran considerablemente distinguibles.
El primer lugar dónde lo intenté fue frente a la Caminata Lunar. El mismo globo inflado durante tantos años. (Léase que la Caminata Lunar, era la versión demo de las camas elásticas de hoy, solo que recubiertas por un enorme globo inflado. Los niños en esa época teníamos vedado llegar al cielo de un salto. Hoy por suerte la sociedad ha superado estos complejos, quizás porque los niños vienen de color índigo).
Sentada en un banco observé la Caminata Lunar por un largo rato, y en parte se volvió un intento exitoso. El olor fue el indicio más potente. Observando el globo desteñido, mi nariz abrió una pequeña ventana. Una especie de pasadizo al universo del olor a pata y goma vieja. No era un recuerdo. Estaba ahí. Lo olía. Después vino una risa. Una carcajada descosida. Rebotes, saltar y saltar. Eco en las voces, y algunos niños extraños. (Me obsesiona la idea de pensar que al viajar en el tiempo uno se encontraría compartiendo espacios con gente que conoció mucho después y que en ese momento eran fríos desconocidos niños que te sacaban la lengua, o que saltaban, indiferentes a todas tus volteretas y supermortales para atrás).
Finalmente tuve el momento. Lo había atrapado en el globo multicolor. Aprovechar el movimiento era la clave. Saltar literalmente a otro tiempo.
Con fuerzas lo intenté. Piqué y salté lo más alto posible. Una dos y tres. Todos los rebotes terminaban panza arriba en el piso blando y pegadizo. (Esto me llevó a otro momento, donde sentada por largas horas en la silla, estudiando funciones de matemática, la piel de la pierna se quedo pegoteada y se desprendió lentamente).
El cuarto salto fue el más efectivo. En cuclillas junté todas mis fuerzas y me elevé. Mi cabeza traspaso el techo-tiempo y pude ver con el rabillo del ojo, otra Yo saltando en un globo continuo. La fuerza con la que había saltado tuvo su contrafuerza. Caí desde esa altura y llegue al mismo banco en la misma plaza en tiempo presente. Todo se había diluido. (Entre medio pase por otro momento, en esa misma plaza, dónde la desfachatada pantera rosa me dijo una guarangada descomunal. Ese día me enteré que ya no podía pasear sola con shortcitos y que adentro de la pantera había un señor degenerado o un adolescente afiebrado, seducido por las curvas incipientes de una niña ya no tan niña, digamos niña y media).
Sin embargo el intento me había proporcionado claves fundamentales. Sea lo que fuese no tenía que tener rebote. La máquina del tiempo no funcionaba con saltos.
Pensé varios días en la fórmula. Las hamacas no servirían. Si bien tenía una enorme colección de episodios hamacados, solo podría ir y volver en un segundo. Los barrenadores eran otra opción, pero esos eran peligrosos. Quedar atrapada en otra playa sin viento a favor, quizás con lluvia o con frío, quedar revolcada con todas las olas a la vez y con kilos de arena adentro de la malla.
Caminé por el centro, recorrí la peatonal. Una confitería exhibía depravados merengues de dulce de leche. Puestos de garrapiñadas y manzanitas. El local de los recuerdos marplatenses con caracoles inmundos y vírgenes fosforescentes. Finalmente el mar. El mar y el vestigio del comercial del yogur en la playa del centro. (Pero el mar es el mar, y no hay aviso publicitario que pueda contra su magia hipnótica. El mar estuvo ahí desde siempre. Él llegó primero, es rey y dueño del espacio y de los tiempos).
Me senté en la rambla. La tarde se había puesto gris y fría. Observé a la gente, su ropa, sus sillitas plegables y sus canastas. Algunos gorros extraños, abrigos improvisados con toallas de tiburones, mallas con olitas. Señores comiendo pebetes de jamón, queso y arena, madres arando hijos, jovencitas con muchos collares, un monito que bailaba junto a una cajita de música y un imitador patético con sonido amplificado. Todo parecía posible en ese lugar. Una ventana viva a todas las coyunturas.
Me concentré en los ruidos recordando la vieja fórmula. Esto de que el mundo siempre tiene un significado, un regalo, una ofrenda, una proposición de sentidos. Ahí estaba el mar, pisadas, la cajita de música, algunas voces recortadas en el murmullo, y de la Rua imitado. (No pensaba explicar esto, pero visto que pueden quedar sentidos abiertos, voy a hacerlo. La vieja fórmula se trata de extraer de la más miserable realidad, un mensaje entrañable, una respuesta a una duda, o un nuevo enfoque de cómo darle sentido a la vida. ¡Hagan el experimento! Busquen un espacio lleno de gente. Un shopping, una plaza, un aeropuerto. Elijan un lugar donde sentarse. No piensen mucho en eso. Allí simplemente entréguense al oído. Desde el murmullo algunas voces o algunos ruidos van a cobrar forma. Detecten algunos y anótenlos. Si los unen, y meditan sobre ellos, podrán extraer un significado para ustedes y comprender qué es lo que el mundo quiere que sepan, desde el otro lado de la aglomeración más insignificante de personas).
Rueditas. Ese era mi mensaje. Un sonido constante y entrecortado por las uniones de las baldosas. Otra vez la puerta por los pasadizos del oído. Ruedas y ruedas, viento en la cara, velocidad desfachada, los brazos abiertos y una sonrisa de rompevientos. Ahí estaba deslizada en una rambla que se transformaba en el túnel del tiempo. La gente cambiaba, su modo de caminar, su ropa. Yo era una y un montón de sucesos patinando por una superposición de circunstancias y momentos. El poder de todas esas Yo patinando a la vez, la puerta para acceder a todos los tiempos.
Esa tarde fui niña otra vez. Viaje a otros momentos, dónde la gente se arreglaba para pasear por la rambla y coqueteaban con sus nuevos trajes y vestidos. Vi las sillas de mimbre con su primer mano de pintura y los toldos relucientes y nuevos. Llegué hasta el remoto instante dónde allí no había nadie, dónde todo era mar, piedra y playa. Y en la soledad del espacio me senté en la arena y me pregunté por el sentido de ser viajera del tiempo. Quizás recobrar una memoria, quizás reformular un destino o extraer el poderoso sentido de haber sido feliz deslizándome sobre mis rueditas. Recobrar el alma, alcanzar la inocencia, o cerrar heridas. Volver a ser y retornar impune al peso de los años, de las vergüenzas y de los miedos. Quizás reír otra vez a carcajadas, con el viento en la cara, con polleritas cortitas, en un deslizado fundido encadenado de momentos.

martes, 14 de octubre de 2008

jueves, 2 de octubre de 2008

La Cajita


Intenté dibujarla, recordando algunos detalles. No se trataba de “como era” por fuera de mis ojos, sino de cómo la recordaba (O sea de cómo era de mis ojos para adentro).
Ella contenía todo. (Bueno, quizás no todo, había partes que no eran borrones). Ahí entraba mi vida, la cual no es muy diferente de otras vidas. La cajita tenía cosas de todos los días, cosas normales. Tenía voces, juguetes, rincones, caras, besos, aplausos, empujones, resbaladas, palabras, disfraces. Tantas cosas había, que sería muy aburrido enumerarlas.
Cuando la dibujé no pude abrirla. Hubiese sido un acto muy imprudente. Montones y montones de cosas hubieran salido por ahí, invadiendo muchos rincones y plagando el mundo de sombras sin dueño.
Pero ahí estaba. Conteniéndolo todo. Era realmente un dilema. ¿Qué hacer con la cajita?
Un conejo amarillo salió entre los libros y me dijo: “¿Por qué la dibujaste? Deberías haber cerrado la mano y olvidado todo este asunto”
Yo la había dibujado por curiosa. No había llegado hasta ahí por sensata o por valiente. Creía que era inocente, creía que estaba libre del peso del olvido y de los años. Me creía más poderosa que la caja y que saldría ilesa de recordar algunas palabras, algunos lugares, algunas figuras.
La cajita quedó en medio del living. Era realmente incómodo. ¡Imaginen una caja que lo tiene todo! ¡Vayan a moverla para limpiar! Si venían invitados había que disimularla. Ponerle un mantelito y un florero vacío encima para que pase inadvertida (Hasta ese momento me pesaba mucho reconocer ante mis invitados, que yo también tenía una caja, aunque no me molestaba tener floreros sin flores).
Un conejo violeta se acercó y me dijo: “¿Por qué no la aplastás? La haces chatita y la pones debajo de la cama”
Yo no tuve mucha fe. Era tan dura y pesada que no creía poder hacerlo. Recorrí muchas ferreterías intentando encontrar el instrumento adecuado. Tenía que ser un martillo fuerte, y a la vez liviano, para poder moverlo con mi fuerza. (Hay momentos que una mujer se siente desdichada e infeliz por vivir sola. Levantar el martillo era uno de esos momentos. Me recordaba al frasco de aceitunas que tiene la tapa enroscada con mucha fuerza, o el tornillo de la tapita de la luz hundido hasta el fondo. Los tornillos de las casas de las mujeres tienen que ser atornillados por mujeres. Suaves y medidos).
La cajita aplastada durmió en paz debajo de la cama. Lo hizo por muchos días. Creo que en ese momento fui feliz.
Una noche, un ruido fuerte me despertó. Dormida y despeinada fui entendiendo que estaba en problemas. Todo a mí alrededor se movía. No eran sacudones, sino un suave deslizar de escenarios. Lo único que pude pensar es que todo era mentira. ¡Una mentira grande como una casa! La vida es una gran puesta en escena (Este dato es muy importante. Uno tiene que descubrirlo por uno mismo. No sirve que otro te lo diga. Hay que entenderlo desde el corazón. Por ejemplo, estas en la playa, mucha gente, hace frío porque ya es tarde. Querés hacer pis. El mar no, porque esta helado. Un bar no, porque queda lejos. Te sentás en una piedrita y haces pis. Mientras tanto miras el mar con cara poética, con cara de recordar un amor prohibido, o un amor imposible. La gente pasa y cree en tu cara. Nadie sospecha que al mismo tiempo estás haciendo pis. Les montas a los otros lo que los otros quieren ver, y yo en eso era una experta, pero no lo sabía… hasta este momento, en que me había dado cuenta que todo es mentira).

Aterrada pedí ayuda. Si bien era bueno saber que lo real no existe, también era bueno creer en algo. Estaba suspendida en mi cama flotadora, con objetos olvidados de todos los tiempos.
Un conejo rosado salió por debajo de una silla y me dijo: “Nunca escuches al conejo violeta. A ese le gustan las pruebas fuertes. Si querés salir de la caja, tenés que nadar hasta el borde. El borde no existe, pero podés inventar uno”.
Estaba zambullida en la caja infinita. Ella me había tragado. Hice fuerza con la cabeza como para creer que podía nadar en ese espacio ilimitado. Recordaba un sueño repetitivo en que puedo volar. Pico, salto, hago un movimiento de cabeza seco y vuelo.
Tantas cosas alrededor. Múltiples, de todos los órdenes. Es increíble lo que uno puede llegar a olvidar. Esta capacidad humana de perder cosas.
Era lindo volver a verlos. Siempre fui curiosa y nostálgica. Pero así y todo quería regresar. Seguir flotando, seguir creyendo en un borde inexistente.
Pude salir. Y debo decir que cuando lo hice me sentí muy privilegiada. No todos pueden echar ese vistazo al caos del olvido.
Sin embargo la cajita seguía allí. Yo sabía lo poderosa que era.
¿Qué sería capaza de hacer con ella? ¿Cómo disimular lo indisimulable, cómo soportar su peso y su sombra siguiéndome a todas partes? (En esta etapa a uno le pasan cosas muy inverosímiles. Perdés el control de tu cara. Tu semblante lo dice todo y te volvés un papel de calcar. Estas en una cena y te azota un llanto contenido, lo cual es mas bochornoso, porque el llanto sale cortado y deforme. Alguien habla seriamente y no podes dejar de reírte. Solo pensarlo, reís más. Hasta la vergüenza causa gracia).
Por detrás de la cortina un conejo turquesa se asomó y me dijo: “Nadie pide que seas nadadora en la caja de las desmentidas. Pero si pretendes deshacerte de la caja, deshacela vez por vez. Pescás un olvido y lo acaricias. Lo soplás, lo transformás, y lo despedís. El arte de soltar lo olvidado”.

Han pasado algunos años y creo que estoy lista. En tu nombre conejo turquesa, revuelvo mi caja. Algún día podré decir que no queda nada. Podré ir a comprar el pan libre de culpa y cargo. Podré sentarme en mi ventana, veré la tarde caer, y libre de toda sospecha me tomaré un té de manzanilla hasta vaciar mi taza.